Siento ser hoy tan duro, mi conciencia me lo pide. Sé que si no lo hago la estaré matando. No me queda otra opción. De todas formas me hago responsable de esto que escribo a continuación.
Traigo algo con mucha crudeza. No puede ser de otra manera, porque cruda es la vida de los que malviven y -cruelmente- cruda es la muerte de los que son privados caprichosamente de su primer derecho.
Esta entrada la hago en honor a dos grupos de personas -podéis haceros los suecos si queréis-:
- al sector político de este País que lo (sub) gobierna, legisla y al que forma la oposición oficial;
- a los que regalan sus derechos y los de todos votándoles.
Va en serio, escribo esto en vuestro honor. Para que os penséis vuestra línea de actuación u omisión os dedico estás líneas, y ahora sí que no me hago responsable de que os agraden. No es una mofa, nadie puede arrebatarnos un derecho inalienable, como es el derecho al honor. Lo tenemos, lo merezcamos más o menos. Esto es así, pero después hay quienes arrancan a otros el de existir en el mundo (sin éste derecho no podríamos hablar de ninguno por inalienable).
Podéis ser lo retorcidos que queráis para convertir un crimen en derecho. Hay muchas formas de hacerlo, que pueden incluir hasta las políticamente correctas. No negaré la inteligencia de los que lo hacen, pero la injusticia universalmente reconocida ha de ser necesariamente inteligente -por lo menos en la forma-, y no por ello es menos injusta.
Porque los derechos fundamentales no dejan secuelas, sino que realzan nuestra dignidad -y por mucho más- me atrevo con este título y contenido políticamente incorrecto.
Secuelas de un genocidio social
El
rojo vivido,
su vulnerable
cuerpo,
el
latido mudo,
todos
al cubo de la indiferencia...
¿Quién
se llevó
con
su sangre pálida
al
alma inocente,
la
que nunca respirará?
¿Por
qué sólo han dejado
un
silencio homicida?
¿Qué
sucedió para morir
en
la cama del exilio mutilado,
si
aún no ha vivido
ni
ha sido cómplice de su partida?
¿Cómo
sigo llorando
y no
muero por la rabia de este llanto?
¿Para
qué tanta letra ganada
si
él, que estaba, ya no está
y
ella que vive no lo podrá olvidar?
¿Dónde
puedo encontrarte libertad?
Sé
que en la vida
–que
en tu nombre han robado-,
sé
que en la muerte, jamás.