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miércoles, 6 de julio de 2011

Historia en una sala de espera

Creí que nunca diría esto; "siento frustración por no haber podido dedicar una tarde de verano para leer un libro", la historia que explica esta frase la situamos en el tiempo en el día de ayer, la mayor parte del desarrollo de ésta tuvo lugar en una sala de espera:


No he podido escoger peor día para comenzar a leer un buen libro, y es que precisamente ayer tenía revisión en Badajoz, con el oftalmólogo (el médico de los ojos de toda la vida) a las cinco de la tarde. Y cómo no, me llevé la novela recién empezada a la consulta porque había previsto el largo tiempo de espera típico que hay en todas las salas de espera típicas (sean para lo que sean). Cuando empecé a leer me di cuenta de que había tanta gente a mi alrededor que podía pasar un rato curioso y ameno observando los rostros y gestos de los demás disimuladamente (como era la costumbre) o simplemente charlando con mi hermano, pero no, decidí concentrarme en las páginas de la novela que ahora tocaban después de las leídas horas antes en el coche y en casa. No tardé en plantearme mi decisión, ya que al mismo tiempo empecé a sentir inquietud por escuchar una conversación entre mis padres y una tía segunda, una tía segunda de esas que aparecen un día en una sala de espera y que no conocías, pero te alegras de conocerla y la saludas amablemente.

Hasta ahí todo bien para mí; sigo leyendo, con los típicos despistes que le ocurren a uno cuando lee un libro en silencio y está escuchando hablar a 3 personas justo en frente. A continuación pasó algo que yo odio (no sé si vosotros): estar embelesado y entretenido en una cosa y de repente oír tu nombre sabiendo que debes hacer caso. Por lo que dejé el marcapáginas en medio de dos hojas, aunque daba la casualidad de que no había terminado ninguna de las dos páginas (típico también), aun así puse el marcador entre las dos.

Entro, pues, a una habitación, pongo la cabeza en varios aparatos, cierro un ojo, abro otro, miro para un lado, miro para otro y finalmente paso a otra sala donde la señorita que me había atendido me echa una gota en cada ojo de algo que escuece un poco al principio. Al salir de la sala a la otra sala, la de espera, todavía secándome las lágrimas producidas por el líquido me siento y me acoplo en la conversación de mis padres, me adentro tanto que se me olvida el libro. Esta vez tengo a mi madre al lado y es al mirarla cuando la veo borrosa cayendo así en la cuenta de las gotas. También a mi madre le ocurría lo mismo, alejándome pude ver sus pupilas dilatadas. Llegó mi hermano de la sala de las gotas y sí, igual. Maldije las dichosas gotas por impedirme ver con claridad todo aquello que no se encontrara a más de medio metro de mis ojos, así es; no podía leer una novela a esa distancia de mis ojos (esto sí lo puede probar cualquiera). Este último momento de espera a la siguiente llamada lo dediqué a enredar intentando verme las pupilas en el espejo del cuarto de baño, leer cualquier cosa que estuviera a mi alcance, ver la cara de mi hermano emborronada como una foto mal hecha, aunque lo más curioso y molesto ocurrió después de que nos examinara por última vez el oftalmólogo y me dijera que tenía bien la vista y que cuidara la conjuntivitis: al salir de la clínica la luz me cegaba más que nunca y todo lo que era blanco o claro reflejaba la luz de tal manera que mi hermano, mi madre y yo caminábamos con los ojos casi cerrados (¡menuda estampa contemplaría mi padre!), en ese momento me vino a la cabeza el Mito  de la caverna de Platón y cómo debería sentirse el hombre recién desencadenado y deslumbrado por la luz del Sol.


Este es el final de la historia: mi padre, que tiene miopía, al salir nos comentó que desearía tener la visión de alguno de nosotros tres (a ninguno después de la revisión nos han puesto gafas), y fue él mismo quien nos trajo de vuelta a casa en el coche, con sus gafas puestas como siempre, por supuesto.

A quien le haya resultado corriente esta entrada que no se preocupe, es porque es así. Me despido deseándoos unas felices vacaciones (quien las tenga) o simplemente que seáis felices siendo personas corrientes y con un pequeño fragmento de la novela que me dejó casi incrédulo y asombrado pero que volví a leer al final del día con una sonrisa (en verdad no sé por qué),  la novela la empecé ayer por la mañana y me encargaré de terminarla este mismo verano: 

"Con frecuencia las personas, incluso las peores, son más inocentes, más simples de lo que pensamos. Y por otra parte, nosotros también". (F. Dostoievsky)

jueves, 28 de abril de 2011

Transformarse

Muy buenas, esta vez vuelvo con pocos temas que tratar por eso he querido rescatar un cuentecito, he querido llamarlo metalegoría (algo así como más allá de una alegoría/metáfora). Aquí dejo la composición, el título es lo subrayado:

¿Que no hay milagros todos los días?

Allí estaba ella, la señorita Humildad cerró la puerta del hall, y tan risueña como siempre emprendió lo que venía siendo desde hace meses su andadura diaria. Empezó caminando correctamente y sin llamar mucho la atención por la acera; en cuanto a su vida, la gente que pasaba más tiempo con ella la conocía como una chica tímida, pero que tampoco se reservaba demasiado.

Era una chica sencilla y ciertamente un poco recatada, inocente pero sin pecar de ingenua, llamaba la atención su respeto y cariño por todas las personas, enormemente generosa, amable, también hermosa de corazón, e increíblemente servicial, siempre estaba dispuesta a atender a cualquiera que pudiera precisar de ella. Su recurso más utilizado: la sonrisa, se notaba que cada vez que lo hacía era con amor, eso la hacía todavía más hermosa por dentro y por fuera de lo que era. Transmitía paz. Por otra parte, las personas de su alrededor también sabían de sus puntos débiles: carecía de popularidad, aparentemente no sobresalía en nada, no era nada vanidosa, situación que unida a su personalidad la convertía en una persona inerme ante los ataques de los demás. En muchas y desgraciadas ocasiones había salido malparada durante su época en el instituto, debido a la crueldad de sus compañeros que la utilizaban como modelo de pardilla, quedando ridiculizada por el poder de la palabra de las personas, que no apreciaban ni se habían fijado en sus admirables cualidades.

Humildad, al igual que el resto de días del curso, se dirigía a la universidad por las mismas calles que estaba acostumbrada a hacerlo, aunque todavía resultaban un poco desconocidas para ella al igual que su nueva residencia. Pero este día no fue igual que ninguno de los anteriores que había pasado en esa ciudad. Para sorpresa de Humildad al cruzar la segunda esquina que debía pasar en su trayecto diario apareció de nuevo en su vida aquel compañero del instituto que tanto le había hecho sufrir y al que ya había olvidado, Orgullo. Lo reconoció en seguida, seguía siendo igual de atractivo y tentador, vio en él rápidamente a aquel chico del que había estado enamorada años y que se aprovechó de su candidez y buena voluntad durante los años de instituto; él no veía en la dulce Humildad a una chica a la que halagar, apoyar o simplemente respetar, sino que lo que hizo fue aprovechar los sentimientos hacia él para jugar con ella, a pesar de ello, Humildad siguió confiando en la buena fe de las personas que reclamaban su atención.

Orgullo era un chico bastante carismático desde que entró en el instituto, tenía mucho éxito con todo el mundo, especialmente entre las féminas, era un seductor, un chico chistoso y simpático con la gente que estaba bien vista, lo que influyó más tarde en que fuera muy prepotente y arrogante con las personas que él consideraba inferiores; tenía todo lo que un chico de su edad pudiera desear: diversión, fama, chicas y hasta inteligencia, cualidad que utilizaba para burlarse y humillar a gente como Humildad de tal modo que no supieran salir de sus trampas. Según sus colegas y la mayoría de los compañeros era buena gente, un bonachón, también se decía que hacía favores si alguien le ofrecía algo a cambio, con esto, los chicos de su edad preveían que iba a tener mucho éxito económico en el futuro y que sería un astuto triunfador. A Orgullo le encantaba que los demás le piropearan, le gustaba sobresalir, lo que llegó a hacer de él un ídolo en su último año en el instituto: un ejemplo para todo chaval adolescente. Además eran muy comentadas sus victorias amorosas todas las semanas con chicas incluso mayores que él, por esto con el paso del tiempo no aceptó ningún rechazo. Cuando llegó a la universidad pronto se extendió su nombre por todo el entorno. Pensaba que mejor no le podía ir.

En los primeros instantes, ambos hicieron una pausa en su caminar, y cuando mantuvo la mirada sobre él, algo alteró la paz y alegría característica en ella, y entonces en un acto de simpatía él la saludó amistosamente, a pesar de su aparente afabilidad ella sintió recelo. Él se había dado cuenta de que Humildad parecía una chica más segura de sí misma, y que siguiera con ese aire de inocencia le encandiló en ese momento, por lo que la invitó a pasear, ella vaciló porque llegaba tarde a la facultad y no era una chica que faltase a las clases, pero finalmente aceptó. Había una parte de ella que seguía confiando en él. A medida que iban andando, Humildad se iba sintiendo más segura con él, se le olvidó lo que le había hecho pasar, desde el principio, en cuanto empezaron la conversación notó a un Orgullo bastante cambiado, parecía que hasta tenía otro tono de voz. También se había olvidado de que estaba perdiendo tiempo de la universidad, en esos instantes, para ella sólo lo estaba invirtiendo, es más, hacía tiempo que no se sentía tan cómoda con una persona tan desconocida para ella.

Al cabo del rato pareció que al intercambiar palabras con Humildad, él ahora estaba descubriendo a otra persona totalmente nueva, diferente de la chica del instituto. Ciertamente la estaba conociendo, pero en su interior el tiempo que había pasado desde el instituto no la había hecho cambiar.

Orgullo estaba actuando con ella, pues sabía que desde que había hecho tanto daño (incluso consiguió que llorara públicamente) a Humildad, ella no iba a aceptar nada en cuanto a él se refiriese y que pudiera poner en peligro su integridad anímica o sentimental. Él ya se estaba dando cuenta de que se había ganado su confianza en esos minutos de paseo, por lo que se le pasó por la cabeza algo realmente tentador: se le ocurrió llevarla a su piso, ya que en esa hora del día sus compañeros no estarían allí, ella no dudó, confió y accedió.

Entraron en el piso, ella simplemente pensaba que se lo mostraría y se iría, y no lejos de sus pensamientos se lo mostró, pero lo que sí le extrañó fue el piso en sí, encerraba algo que no encajaba con el nuevo Orgullo que ahora conocía. Le ofreció un café. Esa amabilidad que ella notaba en él no parecía propia de su apariencia externa, ni siquiera, por extraño que pareciera, de aquel piso en el que él llevaba meses haciendo su vida.

Una vez sentados en el sofá del salón de aquel lugar hablaron de sendas familias, eso en Humildad caló, descubrir esa parte sensible y tierna en él. A medida que pasaban los segundos él notaba que ella confiaba ciegamente en él, y eso le hizo tomar una decisión; la besó. Fue un beso sincero. Ella le entregó su intimidad, se sentía libre, colmada, segura, feliz. Él, ya no era él, la ternura y el amor de aquella acción con Humildad era algo totalmente nuevo para él, no había sentido nunca nada igual, ese hecho le cambió el rostro, le hizo un hombre nuevo.



Desde entonces, aquel chico cambió, en su forma de vida, en su manera de ver las cosas. Se sinceró desde aquel momento con Humildad y ella volcó todo su apoyo sobre él, gracias a todo lo que ocurrió en ese día y lo que fue ocurriendo después empezó a aprovechar sus cualidades para hacer el bien y agradar a los demás. La dulzura y la entrega de Humildad lo habían cautivado.

¿Que no hay milagros todos los días?

Es posible que os parezca un chorrada el cuento (si habéis conseguido leerlo), y más tonto aun el comportamiento final de la chica, ¿verdad? Sin embargo, si nos centramos sólo en esa parte: ¿quién ha salido perdiendo?, ¿y ganando?

A veces no nos damos cuenta de que hay que ceder y reconocer que ciertas personas también pueden transformarse. ¡Qué alegría el poder experimentar una transformación de alguien que parecía perdido! ¿Qué os parece? ¿Hay que/es bueno/es necesario/... dar segundas oportunidades?

¡Feliz Pascua de Resurreción a todos!