Cada uno con su espera,
nadie envidia la ajena;
compartimos ánimo, condición,
minutos,
inquietud y alguna mirada
perdida
–juraría que esa última, la
de la sonrisa afilada,
buscada, encontrada al menos-.
El tuyo, un reloj; desierta,
mi muñeca;
nuestros libros y secretos,
compañeros de la
incertidumbre que comienza;
recorren las intenciones hartas golpeadas,
y se alarga de nuevo el
incansable...
La simpatía yace, aunque
latente
en este frío preludio
por turnos, al cómplice de
la vida
y enemigo de la muerte
–conocido-.
El corro de paredes
esconde todo lo ocurrido,
pero el cansancio descansa
en sus relieves
provocando una sierra rocosa
de recuerdos
que se han ido, que aún
poseen memoria
del dolor y la agonía.
De repente, -todo se inicia
porque tú entras-
tú entras y todo se inicia:
cuentos de vísceras y
fábulas de respuesta, mientras
la expectación va y viene,
del aviso del dueño de esta
espera a expensas.
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