martes, 29 de julio de 2014

Sala de espera

Cada uno con su espera, nadie envidia la ajena;
compartimos ánimo, condición, minutos,
inquietud y alguna mirada perdida
–juraría que esa última, la de la sonrisa afilada,
buscada, encontrada al menos-.

El tuyo, un reloj; desierta, mi muñeca;
nuestros libros y secretos,
compañeros de la incertidumbre que comienza;
recorren las intenciones hartas golpeadas,
y se alarga de nuevo el incansable...

La simpatía yace, aunque latente
en este frío preludio
por turnos, al cómplice de la vida
y enemigo de la muerte –conocido-.

El corro de paredes
esconde todo lo ocurrido,
pero el cansancio descansa en sus relieves
provocando una sierra rocosa de recuerdos
que se han ido, que aún poseen memoria
del dolor y la agonía.

De repente, -todo se inicia porque tú entras-
tú entras y todo se inicia:
cuentos de vísceras y fábulas de respuesta, mientras
la expectación va y viene,
del aviso del dueño de esta espera a expensas. 

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